Pertenecíamos al mismo cielo y desde pequeñas nació entre las dos una amistad
divertida y agradable; aunque éramos totalmente diferentes nos entendíamos y
tolerábamos. Fuimos al mismo colegio y crecimos bajo las mismas normas y valores.
Como cosa de pequeñas nos prometimos que como las estrellas seguiríamos juntas
hasta el amanecer y contaríamos siempre la una con la otra. Le confié que soñaba con
perseguir la luna para descubrir a dónde iba cuando amanece y ella decía que su sueño
era ayudarme a cumplir el mío.
Cada una tenía su propio brillo, ella era fuerte para los números, yo para las letras y eso nos permitía complementarnos y acompañarnos para salir adelante. Yo tenía un carácter más fuerte y ella era más débil por eso yo dominaba la relación a mi antojo, yo podía incidir en sus gustos, sus decisiones tanto que llegué a pensar que “me pertenecía”.
No sé cómo las cosas empezaron a cambiar, ni cuando, ni siquiera me di cuenta que habíamos crecido y los sueños y los gustos también se habían transformado. En una ocasión dijo que estaba deslumbrada con la luna y que yo dejé de ser importante en su vida, me dolió que robara mi sueño y esa traición yo no la podía permitir. Entonces pensé que ella si quería perseguir la luna ya no quería seguir siendo mi amiga. Así las cosas, lo mejor era que se quedara sola
Fue así como me hice amiga de una constelación y pusimos una norma: “Ni una estrella más“, jugábamos, formábamos figuras de animales y nos reíamos con el sueño imposible de esa estrellita ilusa de llegar a la luna antes del amanecer.
Mas tarde llovió tanto que no pude salir. Me quedé mirando la noche y en el momento
más oscuro cuando ya iba a amanecer un resplandor de luz se acercó a mi ventana: Era
mi amiga que venía a traerme la luna para ir juntas a contemplar el amanecer.
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Coordinadora Segunda Escuela - 2023