En los cálidos arrecifes nadaba una ostra solitaria que llevaba varios días en busca de un lugar lejos de casa donde no existiera la arena carrasposa que tanto la incomodaba para pasar allí unos días de descanso. ¡Qué felicidad encontré un hogar sin problemas¡ Gritó llena de emoción. Apenas se había instalado, relajada y serena descansaba al vaivén de las delicadas olas abriendo y cerrando suavemente su cocha para refrescarse, pero justo cuando abrió su concha de par en par una manta raya que pasaba por allí, agito su cola efusivamente dándole la bienvenida y sin poder evitarlo levantó una nube de arena que se esparció rápidamente. Ante este suceso la ostra enojada se apresuró a cerrarse, sin darse cuenta que un granito de aquella arena había quedado en su interior.
Gran sorpresa se llevó cuando empezó a sentir un pequeño cuerpo extraño que le molestaba, le raspaba, le caminaba por dentro y le robaba la paz. ¡Justo lo que estaba evitando ¡Pensó, de nada sirvió huirle a los problemas pues siempre habrá un vecino desagradable a donde quiera que vayas!
Durante varios días la ostra luchó por deshacerse de ese incomodo granito, pero nada consiguió, entonces decepcionada decidió regresar a su casa porque se arruinaron sus vacaciones y además tuvo que llevarse consigo esa molestia interna de la que no pudo soltarse. A partir de ahí nunca tuvo un momento de tranquilidad.
Un día cualquiera y sin darse cuenta ese malestar desapareció pues inició un proceso de cambio cuando la sabia naturaleza de su cuerpo empezó producir una sustancia preciosa, suave, anacarada que comenzó a cubrir el granito con paciencia, constancia envolviéndolo en finas capas hasta que logró transformarlo en una preciosa perla reluciente y de gran valor.
